Hoy jueves 26 de setiembre a las 19 horas en el Paraninfo de la Universidad de la República (18 de julio 1824 - Montevideo), el Rector Dr. Rodrigo Arocena hará entrega del título Doctor Honoris Causa a Daniel Vidart.
La directora del Centro Universitario Ing. Agr. Margarita Heinzen estará presente en la ceremonia acompañada de una delegación de la Comisión de Cultura del CUP, quienes fueron impulsadores para tan merecido reconocimiento.
Compartimos nota publicada en en el portal de la UDELAR www.udelar.edu.uy
Hay quienes dicen que la casualidad es el verdadero hilo de la historia, que luego los historiadores construyen como causalidad. De ser así, podríamos ver en Daniel Vidart (1920), antropólogo más que todo, que este jueves 26 recibirá el título de Doctor Honoris Causa de la Udelar, un hilo vivo por medio del cual el azar nos muestra la corta distancia que hay en Uruguay entre el pasado fundacional y el presente histórico. Vidart es descendiente de José Artigas (llamado Pepe por sus paisanos) y recibió de su abuela y tíos abuelos relatos orales de los degüellos y revoluciones de 1800; su padre fue diputado del batllismo del Pepe Batlle cuando él tenía pocos años; y hoy es amigo del Pepe, a secas, tal como llama a su amigo José Mujica.
«El Pepe me dió el otro día la medallita Delmira Agustini. ¿Te enteraste de eso? Se instituyó por vez primera la medalla Delmira Agustini a las artes y a la creación, de todo tipo. Pasó bastante inadvertido pero fue una ceremonia muy linda. Me la dieron por ensayista, por todero, porque he escrito mucho, etc. Lo que más me conmovió fue que el Pepe me llevó a un rinconcito y me trajo una botellita de vino para tomarla juntos.»
Su ascendencia artiguista viene por la rama criolla de su familia, la de su abuela materna, y cuenta que «el abuelo de Artigas vino de Aragón, ya era militar, y trató él y el hijo, con los habitantes de este país -que yo sospechaba pero lo confirmaron perfectamente Bracco y López Mazz (Diego Bracco y José López Mazz, antropopólogos)- que eran los minuanes. Acá había charrúas nada más que en Colonia. Los demás eran hermanos de etnia, eran patagónicos, tipos altos. Los minuanes eran los dueños de este territorio. Luego los charrúas entran en aluvión cuando Andonaeguy, a fines del siglo XVII, hace una batida general contra todas las indiadas, después de la guerra guaranítica. Eran originarios de Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, y la pampa argentina».
Un paisano con lecturas
Así se autodefine. Le faltó poco para ser abogado. «Como en ese momento era Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, me sedujo la sociología, y luego fui a la antropología. Dejé de lado el Derecho porque me parecía aburrido y cansador para mi condición.»
También se considera un hijo de la Universidad, y le parece curioso que le den ahora un doctorado y haber sido grado 5 de la Udelar sin tener título de grado: «Me dan un honoris causa sabiendo yo —y lo digo sin ninguna soberbia— muchísimo más que muchos doctores. De eso no tengas la menor duda, porque me formé en la biblioteca y en el camino». En la ceremonia de entrega del título va a hacer una defensa e ilustración de la antropología: «Voy a pedirle a la Universidad a ver de qué manera se podría insertar en todas las facultades y carreras una cátedra de antropología cultural».
Para él la universidad es enseñanza, y no educación. «Enseñanza viene de insignare: poner una marca. La universidad enseña, el liceo enseña. ¿Por qué? Porque la educación que en latín es educere, es sacar hacia afuera lo que la comunidad te pone. Los antropólogos entendemos que hay tres etapas. La primera es la endoculturación: el niño se sienta en la mesa, lo destetaron y ya empieza a intervenir, y entonces él mira cómo comen sus hermanitos y agarra el tenedor, la cuchara y hace gestos: imita. La cultura de manera tácita lo ha socializado, se va internalizando.
La segunda es la educación: sacar hacia afuera lo que la cultura pone. Eso es lo que hacía Sócrates: interrogar a los atenienses, porque la cultura en la que vivían les había dado elementos para contestar o sacar hacia afuera. Y luego, si sacaban hacia afuera mal, Sócrates lo pulía, lo contradecía, lo organizaba. Y finalmente está la enseñanza, que se efectúa fuera de la casa, con maestros, que no son ni familiares ni miembros de la comunidad, con elementos didácticos. La enseñanza es la insignia del saber superior, e inclusive es la insignia política del régimen en el cual tú vives. Es decir que cada cultura y subcultura en las épocas, dan una enseñanza que pone el sello del poder. Los antropólogos muchas veces se olvidan del poder, porque generalmente están alejados de la política. Y yo me crié entre políticos».
Está hablando del faso
El proyecto que más lo ocupa en estos días está fundado en un interés ya antiguo: «A partir del año 1965 me interesaron enormemente todas las sustancias que alteran la conciencia». Está trabajando en un libro cuyo título es Marihuana, la flor del cáñamo, y opina que «la ley tiene un montón de agujeros muy grandes. Es muy difícil legislar en una isla, en el sentido de que un país solo no puede bancar lo que hay a su alrededor. El narcotráfico internacional, y yo que viví 12 años en Colombia lo sé muy bien, es un pulpo cuyos tentáculos están en el Ejército, en la Policía, en el gobierno. Corre mucha plata. Pero la legislación es obra de hombres y no de dioses».
En el trabajo de campo para preparar el libro convivió seis meses «con quienes están en la cosa.(...) estuve con los grupos de fumetas, hablamos mucho del problema, fui al delta del Paraná, donde los cultivos a la guerrillera abundan en las islas. Cultivar a la guerrillera supone que vas a una isla que está rodeada por árboles y en el medio desbrozás y plantás la marihuana. Son cientos, miles deben de ser, de islas. Pasé unos días fantásticos, viajando de isla en isla en bote. Y de esa manera, llevando agua si es que no llueve, y fertilizantes, y cuidando la plantita, se cría el cogollo, que es donde tiene justamente las propiedades el THC. El THC no es un alcaloide, como mucha gente cree. Hay una ignorancia absoluta. En estas ruedas participé ampliamente y fumé con ellos. No es la primera vez que fumo; en Bogotá lo hacía una vez por semana con profesores y amigos y nunca pasó nada. Es decir, no me aficioné.»
«Podés poner clarito: Vidart no fuma, no bebe, no toma pastillas para dormir -duermo como un ángel-, desecha todo fármaco de esos que dicen que sirve para el dolor o para tal cosa, vive naturalmente con los genes que le prestaron sus antepasados vascos y guaraníes. Tengo un cuerpo, el único que puedo ponderar, de primera calidad. Fijate que a esta edad hago todo lo que puede hacer un hombre de 40 años, y no digo nada más; esto alcanza.»
Uruguay adentro y Uruguay afuera
Está trabajando otros dos libros: una recopilación actualizada en dos tomos de los ensayos y artículos que escribió a lo largo de su vida: La mirada del antropólogo 1: Uruguay adentro, y 2: Uruguay afuera
«Mi gran tema es el Uruguay, porque tuve la fortuna de nacer y criarme en el campo. A los 25 años vine a la ciudad, pero iba mucho a Paysandú, donde estaban mis abuelos, y hacía vida rural. Siempre estuve muy cerca del campo y de los caballos», dice, y aprovecha para recomendar un libro que se llama Caballos y jinetes, de su autoría, que se puede encontrar en la Feria del Libro.
«A mí me interesó siempre distinguir entre los orientales y los uruguayos, y es un tema que trato ampliamente en mis libros. Los orientales formaban parte de aquel conjunto triétnico donde la aportación guaraní fue inmensa, la presencia africana fue grande, y (junto con) los criollos, formaban un magma muy especial que le dio sentido a la orientalidad, a los “bravos orientales” que decía Artigas, que no es el héroe nacional sino el héroe de las Provincias Unidas. Mucha gente no sabe que estando en el Paraguay, recibe (una propuesta) a través del cónsul que viene a Montevideo con instrucciones de Washington, de la capital de Estados Unidos. Se le consideraba el padre del federalismo, lo nombraban general del Ejército de los Estados Unidos, lo llevaban allá con una excelente pensión y honores y Artigas no quiso ir. Artigas era más que un general -que lo fue de derrotas- un gran pensador político, y fundamentalmente social, que conocía muy de cerca la desventurada vida del paria rural. Sus ejércitos estaban formados, como él dice, por mozos sueltos y en una de sus desgarradoras correspondencias dice: no sé por qué me siguen, desnudos, hambrientos, con un poncho ceñido a la cintura como único abrigo. Y esto llama a la ternura. Son unas palabras muy hermosas que no se repiten, y que las dije cuando el Pepe (Mujica) al asumir el gobierno me hizo hablar en la Plaza Independencia, un poco porque era descendiente de Artigas y otro poco porque me visitó Lucía (Topolansky) un poco antes y me nombró lugarteniente para todos los festejos que tienen que ver con Artigas, y he estado presente en un montón de cosas, todo a la sombra, porque como soy paisano, sigo el consejo de Martín Fierro: nunca escapa el cimarrón si dispara por la loma*. No soy industrial de mi fama, como son tantos.
La antropología y las notas del pentagrama social
«Una parte de la antropología estudia lo que tiene que ver con el homínido, con nuestro cuerpo, no como anatomistas, sino lo que se ve: los cabellos, color de los ojos, forma de la cabeza, altura, pigmentación, etcétera. Por otra parte está la antropología cultural, que se refiere a lo que el hombre ha creado y que está no en las cosas sino en sí mismo. La mejor definición de antropología cultural la da Marx en el libro tercero de El capital, cuando dice que si todos los puentes del mundo desaparecieran, se volverían a hacer, porque los puentes no están en los fierros que los componen sino en la cabeza de los ingenieros. Y esa es la cultura. La cultura está en nuestra cabeza. No hay cultura material, lo material es objetivación de la cultura. Al antropólogo le importa la vivencia, estar face to face con la comunidad y su cultura, y tratar de entenderla. La cultura es la otra cara de la moneda de la sociedad, es el contenido. La cultura (resulta ser) las notas del pentagrama de la sociedad. Cada pueblo tiene una música distinta, pero una sociedad semejante de hombres».
- Hace mucho tiempo usted dijo que en la antropología no hay juicios de valor, sino juicios de realidad. ¿Qué quiere decir? ¿Sigue pensando igual?
- Exactamente. Los juicios de valor son, lo decía perfectamente Pascal y lo dijo Montesquieu en las Cartas Persas: "verdades de este lado de los Pirineos, mentiras del otro". Es decir aquello que decía Epicteto: lo que separa a los hombres no son las cosas, sino los juicios que hacemos sobre ellas. El juicio de realidad es la descripción y la interpretación de una cultura de acuerdo con los parámetros a los cuales un antropólogo debe recurrir. La antropología conforma un ser muy curioso que es el antropólogo, que es el todero (de todo) de las ciencias que estudian la sociedad y la cultura. En realidad es una socio-antropología, porque estudia las sociedades, que son las portadoras de las culturas. Siempre digo cuando empiezo una conferencia una frase de Spinoza: no aplaudir ni censurar de antemano; tratar de comprender. Entonces tú prescindes de los juicios de valor y te atienes a los juicios de realidad. ¡Mirá! ¡Aquellos animales están comiendo gusanos! Y el que come gusanos te dice, pero usted, señor, está comiendo chancho, que está en la mierda todo el día. Cuando uno conforma lo que podría llamarse el sistema de una cultura, debe comprenderla en su totalidad, y van a haber pautas muy distintas a las nuestras.
De los juicios de valor derivan los choques entre los hombres. La antropología ayuda a comprender y a relativizar, la antropología cultural permite que veas que hay universales en la cultura. En toda cultura existe el saludo, pero entre los semang (Malasia), si vos decís buenos días, está mal. Tenés que proseguir la conversación de ayer, como si no hubiera pasado el tiempo. Otros se besan, otros se tocan las narices. El ideal de belleza de la mujer en Birmania es la “mujer jirafa”: la mujer de cuello largo es hermosa; en Mauritania engordan a la novia hasta que se convierte en una bola de grasa; en otros pueblos, actualmente el ideal del cuerpo femenino es un alambre, con una cosa húmeda entre las piernas, como decía un inglés.
- ¿Cuáles son los mitos del Uruguay actual y por dónde circulan?
- El mito es una explicación no científica. El hombre tiene que explicar, el hombre necesita mitos también para simbolizar y vivir. A mí me interesa mucho la edad en la cual vivo que es la contemporaneidad, que el último Lipovetsky le llama hipermodernidad. Leo tanto a los presocráticos como a Bauman, Lipovetsky, Beatriz Sarlo.
- ¿Acepta entonces la idea de que vivimos en una época posmoderna?
- Yo no me animaría a decir posmoderna. Necesitamos una historia que está por venir para que ubiquemos ésta como un sándwiche entre el pasado conocido —la historia es un iceberg, uno conoce un pedacito— y lo que vendrá. Por lo tanto a esta época la considero un gozne de culturas y civilizaciones. Siento rechinar la puerta, siento que está cambiando mucha cosa, y como soy testigo de muchos Uruguay, de muchas épocas... Época viene de epojé que en griego significa detención, es decir se detiene dentro del permanente cambio. El Uruguay batllista por ejemplo, el Uruguay de los años 30 y 40 es muy distinto al Uruguay de los 60, y distinto al Uruguay de la dictadura, y al del retorno a la democracia y aún dentro del retorno a la democracia, el Uruguay de Lacalle y Sanguinetti es diferente al del Frente Amplio en muchos aspectos.
Actualmente hay una globalización, una supercultura mundial impuesta, del respeto a los derechos humanos, y los fundamentalistas musulmanes dicen: vale nuestra concepción de la vida y el cosmos, y no la tuya. Para el hombre occidental son terribles las lapidaciones y otras prácticas del Islam, pero los islamistas te contestan: ustedes tiraron la bomba atómica, ustedes tuvieron la Inquisición.
Hay un consenso general sobre el valor supremo de la vida y del pensamiento libre, por lo menos discursivo, no praxiológico. Bien ves que le iban a meter bombas (a Siria), que Obama iba a hacer un desastre espantoso con los daños colaterales. Yo soy el primero en fustigar que se hayan usado armas químicas, es espantoso. Pero castigar a todo un pueblo... Son cosas muy difíciles, pero no soy gobernante.
La antropología como ciencia del hombre permite que se empiecen a desbrozar los caminos para la paz entre los pueblos, aquel viejo sueño expresado por Immanuel Kant en Sobre la paz perpetua. De qué manera es posible que haya armonía y distribución equitativa de las riquezas, que no se llegue por ejemplo a través del ideario de Marx, que era un gran filósofo, a la locura del estalinismo, que era todo lo contrario a lo que decía Marx; que el cesarismo no termine en facismo, que las grandes crisis, como la actual que toca a todo el mundo, no provoquen un gran manijazo hacia la derecha como está provocando. En las épocas de crisis hay un manijazo a la derecha, y después vienen las guerras.
* El viejo Vizcacha dice en el Martín Fierro:
«El que gana su comida
güeno es que en silencio coma;
ansina, vos ni por broma
querrás llamar la atención:
nunca escapa el cimarrón
si dispara por la loma».
